◖ 01 ◗
ALEJANDRA.
— Aquí vamos...— murmuré, cerrando la puerta metálica— Todo estará perfecto.— me di ánimos, apretando con fuerza las manos a mis costados y viendo como el coche comenzaba su camino de regreso a la ciudad.
Tal vez desde que inició ese día debí de darme cuenta que algo no estaba bien.
Todo fue demasiado caótico.
Y si tuviera una lista de mis problemas en esa mañana, lo resumiría tan simple como; haberme despertado a toda prisa porque la alarma no había sonado, tratar de ponerme de pie y casi terminar cayendo al suelo de cara. No haber notado que en vez de ponerle azúcar a mi café le agregué sal, y el líquido quedó chorreando por toda mi encimera y parte de mi ropa. Tener que cambiarme de vestuario dos veces porque sentía que no me favorecía del todo. O tener que correr a esperar un taxi porque mi automóvil no quizo encender, y llegar diez minutos tarde.
Podría catalogar esa mañana como la peor de mi vida.
Mi estado de ánimo no estaba del todo bien luego de ese sinfín de sucesos complicados, y saber que sería la primera vez que llegaría tarde después de llevar tantos años en eso, no ayudaba en nada.
Me consideraba una mujer de valores, por lo tanto el hacerle esperar a alguien nunca estuvo en mis planes. Siempre fui puntual en todo, y creía que esa virtud se convertiría en una contraria para mí en ese momento.
Gruñendo y maldiciendo a todo el mundo, avancé saliendo del camino rocoso y cruzando el arco con rejas que se hacia llamar portón. La brisa hizo volar algunas hojas marchitas que acompañaban, junto con el césped, a los enormes e interminables árboles que me rodeaban. En otras circunstancias me hubiera detenido para disfrutar de la naturaleza, pero ya iba demasiado tarde como para hacerlo.
Inhalé un par de veces, antes de dar otro paso.
«“Un nuevo día, es un nuevo comienzo”»
Así era como todos decían, ¿Verdad? Que cada amanecer era una nueva posibilidad para empezar de cero. Pues, esa no era la realidad.
Eran puras mentiras, esa frase motivacional era la más vacía y equivocada que hubiesen inventado. No cabía duda que el creador de esas palabras lo dijo únicamente para que, personas ignorantes, la creyeran y cometieran error trás error. De todos modos, según lo que decían, el amanecer siguiente sería un nuevo comienzo. Incoherencias, pero ¿Quién era yo para decirlo? Solo era una mujer que había iniciado el día con el pie izquierdo, por lo tanto mis pensamientos eran absurdos y serían tomados como un intento de culpar a alguien más por lo que sucedía en mi vida.
En fin, sabiendo que de nada serviría seguir pensado en esa frase y en todo lo demás, lo correcto era continuar con mi día...
Mi caminar se detuvo justo en frente de aquel edificio, más precisamente al pie de los tres pequeños y cortos escalones que me incitaban a subir sobre ellos, adentrarme por las puertas de vidrio y perderme dentro. Pero la realidad era que, por más que quisiera, no podría perderme. Conocía ese lugar a la perfección, se me había hecho tan rutinario contemplar la alta construcción, que podría dibujarla sin olvidar nada.
Y por unos segundos, me quedé allí; dándome cuenta de lo monótona que era mi vida y lo cuan agradecida estaba por ello. Era una persona que evitaba los riegos y todo lo nuevo porque sabía que era lo mejor. Habían ocasiones en las que actuar como si nada pasara, era la solución.
Exquivaba cada problema al seguir la rutina.
Porque a veces un nuevo comienzo implicaba nuevos retos, conocer personas que nunca debiste, y encontrar en ellos una oscuridad en la que no tenías que caer… y si lo hacias, tarde o temprano, te consumía, llevándote a lo más remoto. Dejándote sola con tu mente, quién te podía encaminar a una locura sin cura.
Era como adentrarte a otro mundo donde no había escapatoria. Un universo paralelo donde todo cambiaba, y ya nada volvía a ser como antes.
Pensamientos estúpidos, ¿No es así? Pero era únicamente la realidad.
¿Cuántos errores podríamos haber evitado si continuabamos con nuestra vida sin cambiar nada? ¿A cuántas personas equivocadas pudimos dejar que siguieran su camino sin arruinar nuestra existencia? Yo prefería mil veces pensar en el «“¿y si hubiera...?”» que en lamentarme por las atrocidades que estarían atormentandome si tendría el valor de hacer un cambio.
Y hubiese seguido así, pero no me fue posible.
Porque, sin saber lo que se aprocimaba, mi vida ya había tomado otro rumbo al entrar a ese edificio.
Allí dentro había un comienzo que yo no imaginé, uno que no creí que viviría… no en ese día al menos.
El ambiente era perfecto cuando crucé por las puertas y me adentré al edificio, entrecerrando mis ojos para que pudieran acostumbrarse al cambio de luz. El lugar era bonito, si contábamos con la distribución de los espacios y no por el color de sus paredes. Miré hacia mi derecha y me encontré con los sofás casi sin uso que estaban en aquella área de descanso que nadie usaba. A su lado se hallaba la puerta de la oficina de mi jefe que parecía abandonada porque él se mantenía caminando de un lado a otro, viendo a quien podía ayudar en vez de pasar tiempo entre esas cuatro paredes.
A mi izquierda estaba el recibidor, que contaba con un enorme y elegante escritorio de madera. Sonreí cuando vi a la enfermera–encargada que se encontraba detrás, sentada y esperando a que algo bueno sucediera para así poder dejar ese trabajo aburrido y hacer algo referente a lo que ella había estudiado.
— Buenos días.— la saludé.
Ella simplemente me observó e inclinó su cabeza, antes de seguir mirando hacia la nada.
Al parecer el no hacer nada te pone de muy mal humor.
Sin querer darle mucha importancia, continué con mi camino enfrentandome a unas puertas francesas que estaban a pocos metros de distancia. Por ellas se podía ver el patio trasero; el suelo estaba recubierto con cemento, algunos arbustos decoraban sus costados, y una que otra banca también estaba instalada para los que trabajan ahí, y otras personas, pudieran sentarse y disfrutar de aire fresco.
Di unos pasos más para encontrarme con el primer pasillo del lugar: si seguías por la izquierda, éste te conducía hacia un elevador que te llevaba hasta el ala de las mujeres. En cambio, si tomabas el lado derecho, te enviaba a otro elevador y éste a su vez te dirigía directamente al ala de los hombres.
No era tan complicado acostumbrarse, solo bastaba saber hacia qué lado guirar y ya. Además, no podías perderte en ese edificio. No en el gran psiquiátrico: «“The Ferrer's”», que era titulado como el mejor de todo Londres.
Me sentía orgullosa y afortunada de llevar tantos años allí metida.
¿Qué hacia con exactitud en un lugar como ese? Tal vez esperaban otra cosa, algo más tranquilo y menos aterrador. Hasta yo lo hubiese esperado, pero no fue posible por mi elección.
Porque esa construcción era quien me mantenía... sí, mi trabajo.
El cual contaba con tres niveles, cada uno de ellos se dividía dependiendo el estado con el que la persona fuera ingresada. En el primero encontrábamos a los más tranquilos; quienes estaban en un tratamiento leve, necesitando de una medicación para su depresión, ansiedad, entre otras enfermedades no tan preocupantes. En el segundo se hallaban los que requerían más que una píldora; quienes temían por su vida y muchas veces hablaban sobre ver sombras que venían para hacerle daño, sin mencionar otros casos un poco más complicados como lo eran la esquizofrenia, trastorno de personalidad y delirio. También cabía decir que estaban quienes habían estado a punto de cometer un crimen. En el tercero estaban los más violentos y peligrosos; quienes sí habían cometido delitos al incitar a otros a suicidarse o simplemente provocar homicidios con sus propias manos. Se podía decir que allí estaban los sociopatas y psicópatas, las personas con complicaciones altamente severas.
Debía de aclarar que no todo era tan malo como se leía. Había muchos pacientes que solo necesitaban unos días allí dentro para estar completamente bien, y unos muy pocos que iban por un momento de paz.
¿A quién se le ocurria eso? Aunque se viera extraño, conocía a personas que les gustaba la manera en que el edificio estaba construído; alejado del centro de la ciudad y rodeado por un frondoso bosque inexplorado. Supuse que era una bonita forma de ver la tranquilidad, o quizá simplemente iban porque se dejaban llevar por lo que los programas de televisión contaban: eso sobre los hospitales psiquiátricos abandonados y embrujados.
Con una estructura así, y viendo dónde fue construido, puede pasar a ser uno de esos sin dudarlo.
Pero, sin importar lo que muchos dijeran, y analizando la cantidad de horas que pasaba trabajando cada semana, ese edificio podía pasar a ser mi segundo hogar aunque no fuera un lugar para llamarlo de ese modo.
Sólo los locos lo llaman así.
En realidad no lo llamaban hogar, pero de cierta forma sí lo era.
Pero lo intrigante, y un tanto problemático dependiendo de si sabias idiomas o no, era que en esos pasillos podías encontrar personas de diferentes partes del mundo, y con diferentes trastornos mentales. Un par mirando únicamente hacia el suelo y sonriendo, otros hablando con las paredes. Unos pocos gritando de un lado a otro, pidiendo un poco de libertad emocional. Rogando por ayuda. Queriendo ser soltados por la demencia, para poder vivir de una forma poco conocida para ellos.
El estar allí era un completo caos.
Y no todos estaban preparados para ello.
Yo sí lo estaba, o hasta ese día eso creía, era psicóloga y amaba lo que hacia. No podía negar que me gustaba tener conocimiento de lo que sucedía dentro de la mente de los demás. Esa fue la principal razón por la cual estudié esa carrera. El poder desenvolverte en ese ámbito era maravilloso. El poder entender la razón por la cual el mundo actuaba de diferente manera, era algo que no todos podían hacer.
Algunos no tenían ni siquiera el valor suficiente como para sentarse en una silla frente a alguien que no pensara igual que él. Alguién que podía ser malvado o simplemente así ser catalogado por el solo hecho de haber cometido un error que lo había traído hasta nosotros. Alguién desterrado del mundo, sin comunicación con el exterior. Una persona cautiva entre cuatro paredes, pidiendo clemencia.
Su existencia parecía deprimente y, aunque sonara malvado, su tristeza no quitaba la explicación razonable del por qué estaban encerrados en un lugar tan solitario como lo era ese edificio, y que, hasta que no se encontraran completamente curados, eran un peligro para el mundo.
Lamentablemente hubieron casos donde estuvieron hasta la vejez siendo tratados y aún así no se recuperaron. No quisieron, simplemente desearon vivir en su extraño mundo donde lo malo era bueno. Se aferraron al poder que tenían de adrentarse en sus mentes y nunca intentaron volver a salir. Tan simple como querer reencarnar en una persona diferente; conocer otras cosas que no hubiera visto jamás, sin dejar su verdadero cuerpo. Olvidándose de su vida pasaba, para cambiar a una mejor... o simplemente para no tener conocimiento de todo el caos que anteriormente había hecho y crear una lista nueva.
Porque si algo era seguro era que, por más diferencia que hubiera, ellos seguirían haciendo lo mismo.
Hacian el mal creyendo que era el bien.
En su mundo de demencia eso era normal… en su mundo, ellos eran los profesionales y nosotros éramos sus pacientes.
No iba a negar que daban lastima sus historias, que muchas veces pudieron llegar a mi corazón, conmoviendome de sobremanera. Pero eso no evitaba nada, ese sentimiento no podía existir en un lugar como ese... porque si eso sucedía entonces perderías frente a ellos. No se podía sentir empatía, a no ser que quisieras ver como los pacientes lo usaban en tu contra. Demasiado era con saber que carecían de diversas emociones para agregarle una cosa como esa.
Esas personas parecían ser simples cuerpos moviéndose de un lado a otro sin importarles lo que sucedía a su alrededor. Seres sin sentimiento o algo que les hiciera comprender lo mal que estaban al actuar de cierta forma... gente sin corazón era lo que parecían, o eso imaginaba.
A pesar de sus malos tratos o comportamientos poco ortodoxos hacia nosotros, ahí estábamos; mostrándoles una sonrisa sincera con la intención de que nos vieran como amigos y no como enemigos. Sabíamos que estaban todos en la misma situación; eran personas que necesitaban ayuda para sanar mentalmente. Pero no siempre funcionaba… y no siempre estaban tan locos como parecía o nos hacían creer.
Ya había perdido la cuenta del tiempo que llevaba en ese lugar, y de cuántos pacientes habían pasado por mis manos. El trabajo se había convertido en rutina, haciendo que todos los días sean parecidos y que los únicos cambios que viera fueran en mi rostro y en uno que otro mechón… líneas de expresión tapadas con maquillaje y canas cubiertas por tinta para el cabello.
Eso era lo que me mostraba el reflejo en los espejos del ascensor cuando ingresé en él, oprimí el botón número 2 en el tablero y esperé a que las puertas se cerraran. Después de un segundo en soledad, alguien más interrumpió y colocó su brazo entre el metal para que no se cerrara por completo.
Una mujer de estatura media; cuerpo fornido, y más ejercitado que el mío, cubierto por la tela celeste del uniforme de enfermera, cabello negro recogido en una cola alta y ojos marrones, me observó antes de entrar al pequeño lugar y apretar el número 3.
Abrí mis ojos cuando noté lo que eso significaba.
El nivel más peligroso, el lugar más arriesgado para trabajar era donde se dirigía. La observé más detalladamente y pude comprobar que era un poco más joven que yo.
¿Cómo era posible que llegara a ese puesto con esa edad? Sabía que, dependiendo tu desempeño y habilidades, Léonard elegía en qué piso ibas a estar. Supuse que esa chica era excelente en su labor.
Tragué saliva sonoramente.
Ella me miró por el vidrio que estaba pegado en la puerta y sonrió.
— No es tan malo como parece.— aseguró.
—Yo...— ni siquiera sabía qué decirle.
— Solo hace falta acostumbrarse.
Asentí y eso dio como finalizada la conversación.
Durante el corto trayecto permanecimos en silencio y sin movernos, ni siquiera nos mirábamos, o por lo menos viniendo de su parte. Ella tenía sus ojos clavados hacia el frente sin cruzar su vista con la mía que constantemente permanecía en su rostro un tanto borroso por el metal. No podía evitarlo, estaba delante de mí.
Suspiré cuando el característico «ding», que indicaba que las puertas serían abiertas, me dio a entender que estabamos en el piso donde debía de bajarme.
Pasé por su lado y ella ni siquiera se inmutó.
— Mucha suerte, doctora.— escuché su voz.
Me di media vuelta y vi que antes de que las puertas se volvieran a cerrar, ella me detalló de pies a cabeza mientras sonreía y no de una buena manera. Curvando la comisura de sus labios tan exageradamente que parecía fingido y desdeñoso. Una actitud de alguien que se creía superior solo por trabajar en un nivel más alto y por rodearse de personas más caóticas y problemáticas.
¿Se estaba burlando de mí?
Negué con la cabeza.
Ni siquiera la conocía, no podía decir algo así por el simple hecho de que me evitara en todo camino y su manera un poco extraña de despedirse. Ya suficiente tendría más adelante como para preocuparme por cómo le caía a los demás.
Estaba rumbo a mi nuevo piso, el momento era bastante tedioso a la hora de conocer a alguien por primera vez como para agregarle algo más e insignificante como eso. Suficiente tenía ya con las mismas palabras de siempre, acompañadas de miradas poco decifrables. Una que otra maldición siendo oída por lo bajo, entretanto se mostraba una tierna sonrisa fingida.
La típica escena donde el lobo quería verse como un pequeño borrego, mientras que afila sus colmillos.
Ese último pensamiento me heló la piel, como una clase de advertencia. Tratando de hacerme entender que, si no hacía las cosas bien, podía estar en riesgo… ya sea porque intentasen matarme o porque, quizá, podría perder mi empleo.
A lo mejor sonaba demasiado negativa pero así era como me sentía, y era algo no experimentado por mí. Mi vida era perfecta, pero desde ese día vendría un cambio drástico. Intuía que ese caso me traería muchos conflictos, y lo que había evitado toda mi vida; seria un reto para salir de habitual.
Pero, a su vez, también saldría de lo normal...
Miré hacia atrás cuando me sentí observada, el sentirse así en un lugar como ese era irrelevante. Podría ser algun paciente o uno de mis colegas caminando por allí, queriendo entrar en alguna sala para comenzar una sesión. Lo malo fue notar que no era así; en el momento en que me di cuenta que estaba en un espacio completamente sola, me estremecí. Inconscientemente me abracé a mí misma al percibir el aire frío rondeandome.
Carajo.
Mi jornada recién comenzaba y ya estaba pidiendo regresar a mi casa, encerrarme en ésta y escabullirme entre las mantas de mi comoda cama y no volver a salir de ella jamás.
Pero había algo, mejor dicho dos cosas, que evitaba que hiciera todo eso. Primero; amaba mi trabajo, por lo cual no pasaba un día en que no cumpliera con mi deber. Y segundo; estaba por escribir un nuevo comienzo... añadir un nuevo nombre en mi carpeta.
Iba caminando por el pasillo del ala de los hombres, y aunque ésta era igual que la de las mujeres debíamos encontrarle alguna diferencia para no equivocarnos. Pero la realidad era que si daba la vuelta hacia la izquierda y caminaba algunos pocos metros, estaba segura de que encontraría un baño al final del pasillo, tal cual al que se encontraba en el ala de las mujeres pero del lado derecho. Muy lógico, ¿Verdad?.
En fin, volviendo a lo que estaba... todavía podía sentir ese cosquilleo, junto a esa emoción e intriga, que apareció desde que abrí un ojo en esa mañana. Anteriormente no había sentido nada de eso, pero llegué a la conclusión de que todas esas sensaciones eran porque mi próximo paciente sería un hombre. No era el primero que me tocaba, pero sí era el primer extranjero al que atendería.
Si la memoria no me fallaba, era un alemán un año mayor que yo, y... eso era todo lo que sabía. No quisieron contarme su historia, aunque me habían informado que ni siquiera ellos la sabían por completo. Lo cual me sorprendió ya que constantemente veía a mis compañeros anotar nuevos acontecimientos que sus pacientes les ofrecían en las sesiones. Un pequeño detalle que lo cambiaba todo.
Pero en ese caso, me encontraría con las manos vacías, y con una carpeta repleta de hojas blancas pidiendo a gritos ser marcadas con tinta.
Víktor Heber sería todo un enigma por investigar… un rompecabezas por armar.
Y a mí, me encantaba crear y descubrir cosas.
Estaba tan centrada en mí misma que no noté cuando choqué con un cuerpo alto, cubierto por una bata blanca.
— Oh, lo siento, no te vi...— se disculpó— Alejandra, eres tú.
Frente a mí se encontraba nada más y nada menos que Léonard Ferrer.
Él era un hombre mayor; de unos cincuenta años, ojos color café y cabello negro acompañado por canas, al igual que su barba y bigote. Su musculatura daba mucho que desear, pero conociendo su edad, podía asegurar que se mantenía en muy buena forma.
Un señor casado, al cual admiraba con devoción.
Siendo como mi mentor, fue él quien me ofreció trabajo y me enseñó todo lo que había aprendido hasta entonces, sin mencionar que era el director del psiquiátrico.
Quizá muchos lo tenían sobre un altar por ser tan bueno en lo que hacía. Contemplandolo como si fuera alguien inalcanzable, a quien debían de ver como de la alta sociedad. ¿La diferencia entre los demás y yo? Era que no lo veía de ese modo, ¿Le tenía respeto? Sí, pero eso no significaba que lo tuviera en lo más alto solo por ser mi jefe. Él siempre me dejó en claro que no era necesario tratarlo de una forma especial, como si fuese más poderoso que nosotros.
Allí no había gerarquia, él simplemente quería que lo apreciara como si fuera un amigo, y así lo hacia. Después de todo, llevábamos mucho tiempo trabajando juntos, y ya no lo veía como alguien superior.
— Buenos días, perdón por eso. Estaba distraída.— me disculpé por lo torpe que había sido.
— No te preocupes. Sé muy bien cuál es la razón… — dijo, mostrando su sonrisa más amable. Lo miré con el ceño fruncido— Has llegado tarde, supongo que por eso estás tan distraída.
Me mordí el labio inferior.
Esa no era la verdad, pero como siempre decían; debíamos de darle la razón a los clientes. Aunque en esa ocasión no se tratara de un cliente precisamente, no podía contradecir lo que mi jefe había dicho.
Además, ¿Qué otra cosa podría distraerme?
No iba a traer a colación mis asuntos personales porque sería absurdo, cada uno de nosotros teníamos nuestras dificultades día a día, por lo tanto si hablaba de mis problemas seguiría sin una solicitud, solamente con la divulgación de ellos y eso era algo que evitaría a toda costa.
Ese edificio era mi lugar de trabajo, no un espacio para expresar todo lo que me frustraba o molestaba. Después de todo, contar lo que nos afligia, no cambiaría absolutamente nada porque nadie más que nosotros mismos podíamos ayudarnos.
Sonaba ilógico viniendo de una persona que constantemente intentaba que sus pacientes hablaran con ella, pero había una gran diferencia. Ellos no estaban cuerdos, yo sí, por lo tanto no necesitaba de una psicóloga.
— Tienes razón...— asentí a lo que mi jefe había dicho— Mi coche no quiso encender y por eso llegué tarde.— traté de explicar, tampoco tenía la intensión de comentarle los errores que había tenido esa mañana. La alarma silenciosa y el cambio de azúcar por sal, eran cosas que me mantendría ocultas para mí.
— Es normal, nunca debemos de confiar plenamente en los vehículos. Un día funciona y al siguiente quién sabe.— se encogió de hombro divertido.
— Al parecer estás familiarizado con el tema.
— Como no tienes idea. Es más, hace unos años tuve la idea de mudarme aquí para no pasar un mal rato.
— ¿Es normal que el dueño de un psiquiátrico quiera mudarse a ese lugar?— pregunté confundida. Era la primera vez que escuchaba algo tan absurdo como eso.
— Si le apasiona mucho lo que hace, yo creo que sí.
— Yo no estoy de acuerdo con eso. Vivir en el mismo lugar en el que trabajas...— hice un gesto de disgusto— No sería divertido.— di mi opinión.
La verdad era que, por más pasión que alguien sintiera por su profesión, tener la loca idea de mudarse a su lugar de trabajo sería algo precipitado y demasiado extravagante. Sin mencionar que, por mi lado, jamás dejaría la comodidad de mi casa por evitar los malos ratos que mi coche pudiera darme. Bien podría comprarme uno de último modelo y llevarlo al mecánico cada semana para que no tuviera fallos, o simplemente dejar de conducir y comenzar a utilizar taxis que era lo más conveniente sino quería volver a llegar tarde.
Siempre tuve una cosa clara: el trabajo y el hogar no se juntaban.
Así que cualquier comentario sobre mudarse sería negado por mí. Además, ¿Lo había pensado bien cuando esa idea se le cruzó por la cabeza? Léonard era un hombre adulto, lo suficiente maduro y experimentado como para creer que vivir en un psiquiátrico sería la solución. ¿Acaso había olvidado lo frío que era el lugar por las noches? ¿Lo distanciado que estaba de la ciudad?
¿No recordaba los individuos que estaban hospedados allí? Aquellas personas que necesitaban de nuestra ayuda. ¿Había olvidado por completo lo peligroso que era?
Un escalofrío cruzó por mi espina dorsal.
Pensar demasiado en una mudanza no realizaba no me estaba funcionando como quisiera, solo empeoraba mi estado.
Quizá Léonard lo había dicho en broma y yo me lo tomé muy literal, sobrepensandolo... presentía que eso no era lo único en lo que iba a sobrepensar ese día.
— De acuerdo, supongo que tienes razon.— la voz de mi jefe causó que volviera al presente— Hablemos de otra cosa...— hizo una pausa, creando un momento de incertidumbre— ¿Lista para conocerlo?
No, en realidad no.
Había algo que me decía que eso estaba mal, pero no podía renunciar a algo así. Léonard me había dado ese caso porque confiaba en mí, y no podía decepcionarlo.
Suspirando pesadamente, asentí.
— Sí, estoy lista.
Tenía que mentir, no podía actuar como una cobarde en una situación como esa. No podía negarme y salir corriendo hasta desaparecer. Debía de mantenerme firme, y asumir el reto.
¿La rutina me había agotado? Perfecto, era tiempo de cambiarla. El momento de levantar la mirada y ayudar a otra persona que me necesitara, había llegado.
— Perfecto, él te está esperando en la sala 3. Sigue por el pasillo hasta el final, luego a la derecha, será fácil de encontrar. Verás un letrero con el número. Ten buena suerte.— deseó, sin dejar su amabilidad de lado.
— Gracias.— me limité a contestar, y continué por mi camino.
Estaba inquieta y ansiosa, una mala combinación para un día tan importante como ese.
Pasé mis manos por mi ropa para quitarle el exceso de sudor. Algo nuevo para mí, ya que siempre estaba preparada para todo y nada podía ponerme nerviosa.
Muchas cosas nuevas se hacian presente ese día...
El pasillo era largo y estrecho, parecía no tener fin y con los diminutos asientos a sus lados daba una impresión de pequeñez más de la normal. Muchas veces me cuestioné el si se podía cambiar ese aspecto del lugar ¿Quizá pintar las pareces de un color cálido? ¿Poner cuadros? Sí, eso vendría bien para no sentirse tan sofocado al entrar allí. Cada maldito metro cuadrado era parecido al anterior.
Pero sin importar mis pensamientos, a los demás parecía no molestarles. Estaban tan enfocados en su trabajo que dejaban de ver lo que los rodeaba, tan enchufados en ellos mismos que perdían el sentido de la vida.
Agradecía que, a pesar de llevar años metida en esa carrera, aún podía catalogarme como una persona que sabía disfrutar lo que nuestros sentidos nos ofrecían. Ya fuera por el olfato, el tacto, o en ese caso, la vista.
Una vez que llegué hasta el final del recorrido, doblé a la derecha y avancé unos pocos pasos hasta que me detuve sin pensarlo. Miré al pasillo vacío que estaba a mi derecha, ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué no continué? Frunciendo el ceño me pregunté qué había al final de ese camino y por qué me había llamado la atención.
Negué con la cabeza y obligué a mi cuerpo para que siguiera hasta quedar frente a una puerta blanca. En la pared había una placa con el número 3, indicándome que estaba en el lugar correcto.
Sin pensar y una vez más, me mordí el labio inferior, tratando de relajarme. El extraño ambiente que había aumentado con el transcurrir de las horas, se redujo a un completo silencio acompañado únicamente por el latir desenfrenado de mi corazón.
Ya no había manera de negar la sensación negativa que corría por mi cuerpo. La sangre avanzaba rápidamente por mis venas a medida que diversos pensamientos, un tanto confusos, se adueñaban de mi mente.
Apreté mis manos con fuerzas hasta sentir las uñas clavarse en mis palmas, y cuando el leve ardor se intensificó, las liberé.
Estarás bien, es solo un trabajo.
Traté de consolarme, acomodando mi bata sobre mi cuerpo. Planchando arrugas imaginarias hasta que todo rastro de nerviosismo desapareciera.
Inhalé lentamente antes de mirar al frente.
Cerca de la puerta había un hombre de pie. Parecía fuerte, y preparado para lo que fuera; por su postura y su corte militar podía asegurar que había estado en el ejército. Y sin querer hacer mención de su estatura mediana; sus brazos erguidos sobre su torso, y su mirada penetrante, dejaban una clara advertencia de que no lo desafiaras.
Lo miré fijamente, y sus llamativos ojos gris claro me eclipsaron por unos instantes. Era la primera vez que tenía la oportunidad de ver algo así tan de cerca. Estaba tan acostumbrada a los típicos color de ojos: verdes, azulados y marrones, que encontrarme con los suyos me sorprendió, pero solo un poco.
— Buenos días, doctora Cabrera.— me saludó, antes de dejar caer los brazos a sus costados.
Sabía que era alguien de seguridad, y no lo decía por su aspecto; tampoco por el juego de llaves que todo mundo llevaba para cerrar las puertas de las escaleras de incendios en caso de que alguien intentase escapar, ni siquiera lo decía por su vestimenta color negra, sino por el arma que descansaba enfundada a un lado del cinturón.
Mi vista permaneció sobre ese objeto mortal por más tiempo de lo que pensé. Esa cosa, a pesar de ser tan pequeña, cargaba con la posibilidad de dejarte sin vida en un instante. Y allí estaba, frente a mis ojos sin retención alguna.
Algo tan peligroso no podía estar a simple vista...
Pero entonces recordé dónde estábamos, y todo pensamiento moral cambió. Nos encontrábamos en el segundo nivel del edificio, rodeados de personas un poco irracionales. Los guardias deambulaban por el lugar, y, si no me equivocaba, cada ocho horas hacían el cambio de turno, al igual que las enfermeras. Por lo tanto, no estaba mal ser precavidos.
Tenía el conocimiento de que en ese piso habían pocos pacientes, y por esa razón los de seguridad eran escasos. Debido a ello, tenían que estar armados por cualquier cosa que sucediera.
— Buenos días…— miré la placa con su identificación— Campos.
Era la primera vez que lo veía, aun así sentía que ya lo conocía. Pero, ¿De dónde?
Cabía mencionar que mi oficina y lugar de trabajo eran en el primer nivel. A ese hombre nunca le había hablado o no lo recordaba al menos, en todos esos años no me lo había cruzado, y podía asegurar eso porque jamás me olvidaría del gris intenso en sus iris.
Tal vez, la sensación de familiaridad era errónea. Quizá no sabía nada de él, pero solo sería cuestión de tiempo para descubrir algo y, principalmente, estudiar sus movimientos.
Podía haber comenzado una nueva etapa en mi vida rutinaria, pero las mañas viajas no se iban. Me gustaba mantener todo perfectamente arreglado y tener conocimiento de cada cosa que me rodeaba.
— Por favor, pase.— me invitó, abriendo la puerta detrás de su espalda— Yo estaré con usted por si necesita algo.
— Gracias.— le sonreí y pasé frente a él.
Una vez dentro, un escalofrío recorrió mi espina dorsal.
Y ahí estábamos una vez más...
La adrenalina hizo su aparición, haciendo que mi corazón comenzara a latir demasiado rápido. Mi respiración se descontroló, y yo ya no supe qué más pensar.
Desde que desperté había notado el cambio, jamás había tenido tanta mala suerte como ese día. La alarma que no sonó; el azúcar siendo reemplazada por sal, mi vehículo descompuesto y mi tardanza en llegar.
Diversos eventos que marcaron la diferencia en mi vida.
La sala era una gran habitación con dos enormes ventanales. Las paredes eran grises y las baldosas blancas, a pesar de haber sido pisadas y manchadas más de una vez, mantenían su color intacto.
Pero aun así, eso me parecía típico de los psiquiátricos; escasez de color y todo demaciado pulcro.
En el centro del lugar había una mesa de metal pegada al suelo, con dos sillas grises... y en una de ellas estaba sentado mi nuevo paciente.
Tenía las manos sobre la mesa, dando pequeños golpes con sus nudillos. Su mirada estaba clavada ahí, no se inmutó por el sonido de la puerta o por nuestras voces antes de entrar. Era como si estuviera tan concentrado en lo que hacia que ni siquiera notó mi presencia.
Estaba vestido con la vestimenta reglamentaria del lugar: el uniforme de una pieza de color azul oscuro, con una camiseta negra, que supuse era de tirantes, que se veía levemente gracias a que los dos botones principales del traje estaban desabotonados. Sus zapatos negros brillaron debajo de la mesa, pulcros y muy limpios. Noté que las mangas cubrían hasta casi llegar a sus muñecas, sin mencionar que anteriormente pude divisar sus calcetines blancos. Tal vez le quedaba un poco chico y ya era hora de cambiarlo por un tamaño mayor. Mentalmente anoté pedir una nueva prenda de su talle.
El número 07 de color gris resaltaba en su pecho y seguramente también en su espalda. Ya que en todos los overoles, en la parte delantera y trasera, llevaba un número que indicaba cual era su habitación.
Dejó de hacer ruido con sus dedos y levantó la mirada. Me observó por un instante, y luego ladeó la cabeza hacia un lado mientras que hacia una mueca de disgusto.
¿No le agrada que estuviera ahí? A mí tampoco. En todos los casos que había presenciado, o más bien siendo la única partícipe, nunca sentí lo mismo que en ese momento; la irá, acompañada de desconfianza, hicieron surcos en todo mi cuerpo en cuanto lo vi. Sin importar a cuántos pacientes atendí, sin querer recordar los malos ratos que ellos me hicieron pasar, sabía que ese en particular sería completamente diferente y complicado.
Presentía que habrían problemas con solo verlo.
Sus ojos eran de color azul claro, su cabello era oscuro y su expresión… su expresión daba mucho miedo. Sin mencionar que estaba demasiado musculoso para ser una persona que se mantenía encerrada, sin posibilidad de ejercitarse.
Sí, cualquiera diría que era bonito y que le gustaría conocerlo. Pero todo eso cambiaba cuando dejabas de mirar su belleza y te concentrabas en algo más allá de lo físico.
Su aura era oscura y él lo sabía bien. Con solo una mirada suya podía mostrarte los momentos más escalofriantes del mundo. Sentía que su personalidad encajaba perfectamente con la descripción de poco confiable.
Víktor dejó caer todo su peso sobre el respaldo de la silla, mientras que con su mano señalaba la mía para que tomara asiento.
— Por favor, acérquese...— habló, su tono de voz era grueso y muy varonil.— No tiene de qué preocuparse, no muerdo.— mostró una sonrisa torcida, rebosando superioridad.
Al notar que no hacia lo que él había pedido, rodó los ojos y se cruzó de brazos. Alzó una de sus cejas y a continuación comenzó a producir pequeños sonidos con la suela de su calzado.
Tac.
Tac.
Tac.
No parecía querer detenerse, es más, se veía entretenido haciéndolo.
Escuché un bufido bajo proveniente de mi espalda, Campos, el guardia, se mostraba cansado de esa situación. Podía jurar que había pasado por momentos como ese incontables de veces y ya no le agradaba para nada que el paciente siguiera haciéndolo.
Pero al parecer, eso era lo que Víktor quería conseguir: agotar toda paciencia de quien osara conocerlo.
Sonrió en grande antes de aumentar la velocidad de su acción.
— ¿Podrías detenerte?— eso no sonó como pregunta.
— No, no puedo.— le había respondido al de seguridad sin dudarlo.
El gran comportamiento de un demente egocéntrico era lo que tenía en frente. Con su sonrisa y actitud de que solo él era quien tenía el control allí adentro.
Nadie podría negarle absolutamente nada, nadie tendría poder contra el pensar o actuar suyo. Víktor era dominante, alguien a quien le gustaba ver como los demás perdían todo.
Heber podía ser un rey malvado sin siquiera cuestionarlo.
— Meine verrücktheit* — comentó en alemán, mirándome. — Ya era hora de que llegaras, te esperaba con ansias.
Él me esperaba, mientras que mi cuerpo me pedía a gritos no volver a verlo.
*Meine Verrücktheit: Mi locura*
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